Acabo de escuchar a Felipe González en los desayunos de televisión española y he de reconocer que echo de menos al político de retórica, de ideas claras y que es un placer escucharlo.
Desde su salida de la Moncloa bajo el infecto “váyase Sr. González” del enano anti carisma del Aznar, no hemos vuelto a tener políticos de ese calibre y tenemos que aceptar a personajes tan poco brillantes en su oratoria como son Zapatero y el insufrible Rajoy.
Sus palabras, como siempre, me han encandilado y su criterio siempre da la sensación de obvio y un camino que se entrevé correcto.
Pero cuando ha llegado el momento de una concreción específica como su opinión sobre la campaña contra la inconstitucional modificación de la ley para proteger los derechos de autor, se ha echo la picha un lio y a demostrado, de forma práctica, el porqué el sentimiento de desapego del ciudadano con respecto a sus políticos es algo generalizado y mundial.
Ha incurrido en los errores de apreciación y de ignorancia en los que llevan cayendo nuestra clase dirigente desde hace años. Movidos, sin duda, por los grupos de presión de la industria de los derechos de autor y a los que quisiera contestarle:
1. Iguala el derecho de autor al derecho FUNDAMENTAL de expresión.
Esto es falso. El derecho fundamental es a crear, no a cobrar por la obra o, ni mucho menos, a ser protegida por ley. Eso es una extensión para proteger la creación y el fomento de la cultura que, actualmente, se utiliza para proteger una industria que tiene como objetivo los beneficios obtenidos en el monopolio del acceso a la cultura y no en el fomento de la misma. Un ejemplo, los grupos que una vez firmados con la editorial, han sido guardados en un cajón para no hacerle sombra a la mega estrella del momento. O las películas que no encuentran sala para ser proyectadas y que solo tienen como objetivo la subvención gubernamental.
2. La solución está en el Internauta. Lo cual es absurdo actualmente, e históricamente. La industria del forraje de caballos no le pidió a la naciente industria automovilística que tomara las medidas para que no desaparecieran los puestos de trabajo. Lutero no dejó de reproducir la biblia con la imprenta para que la Iglesia Católica no perdiera el monopolio del conocimiento. La solución estará en la industria de la cultura actual o en la que nazca de sus cenizas. Pero nunca en coartar la libertad de la cultura por 20 monedas de plata.
3. Sin derechos no habría cultura. Específicamente dijo la lapidaria frase de “si no, no tendrán nada que bajarse”. Lo cual, a estas alturas, se ha demostrado de largo que es falso. El volumen de las creaciones culturales en todos los ámbitos se ha disparado. Eso sí, si mides la cultura en millones de euros da la sensación que estamos ante el mayor desastre cultural de todos los tiempos. Pero no es así. Y solamente hay que contar el número de blogs, de Twitts, de vídeos en Youtube o en Vimeo, en la cantidad de imágenes en Flirk para, cualquiera que quiera darse cuenta, comprobar la explosión cultural en la que estamos inmersos.
4. “Los internautas”… (ellos). Los políticos y la industria de la cultura construyen una dicotomía falsa en donde estamos “nosotros” los perjudicados, y están “ellos” los internautas. Cuando la realidad es que TODOS somos internautas porque Internet es parte intrínseca de civilización occidental y, cada vez más, mundial. Si los que dirigen se quisieran enfrentar a esa realidad, estos problemas se habrían terminado y la industria de la cultura podría recibir las ayudas necesarias para su reconversión.
5. Los internautas deben reconocer el derecho de autor. Y lo reconocemos SIEMPRE. Pero también reconocemos que por encima del derecho de autor está el derecho al acceso a la cultura. Y el problema actual viene por el abuso de la industria de la cultura de su posición monopolística para acceder a la misma y el inmenso enriquecimiento de los que NO HACEN CULTURA. Los creadores seguirán pudiendo vivir de ello ( y posiblemente ganando más al eliminar el 90% del coste estructural de su obra), pero sus agentes, editores y representantes no. Y son esos lo que hay que reconvertir como se hizo con la industria del hierro y el carbón en España durante el mandato del propio González.